Cada vez que entro a una plaza de mercado lo que más me llama la atención es la abundancia. Caminar por los pasillos que se forman entre los estantes de las frutas y las verduras, los cárnicos y los granos, las yerbas y los canastos. Caminar en la plaza es una experiencia en la abundancia: proliferan colores, formas, olores y absolutamente todo llama la atención. Todos los sentidos se sobresaltan ante esta explosión de abundancia.
Hace poco tuve que volver a las plazas de mercado. Por la pandemia mi contacto con ellas había pasado al domicilio, una simple transacción. Ir a las plazas, por el contrario, no solo es ir a hacer el mercado del mes o de la semana: es ir a conocer y reconocer espacios donde proliferan conocimientos y tradiciones que no son visibles para muchos. En las plazas uno aprende todo el tiempo y, como dije, es la representación viva de la abundancia de la tierra ¡De la abundancia de nuestra tierra!

Caminar y recorrer los pasillos es realmente un viaje: empezamos con las plantas medicinales y ornamentales en las afueras. Allí se encuentran suculentas, helechos, plantas aromáticas, de ajíes, de medicina. Todas ellas puestecitas dando la bienvenida a este espacio: preparando al visitante para entrar en el mundo placero. Para mí, esta transición entre las aceras de la ciudad y las paredes de las plazas, enmarcadas en múltiples hojas de diferentes verdes, nos lleva a este espacio mágico donde el campo se encuentra con la ciudad. Después de la transición generalmente nos encontramos con grandes cantidades piramidales de frutas y verduras, puestas cada una en un balance indefinido que sólo los vendedores de estos bienes naturales pueden organizar. Las frutas y verduras están al centro de la plaza, son las protagonistas con sus colores verdes, rojos, amarillos, morados y naranjas, son un éxtasis para la vista.

Las plazas están llenas de personas: vendedores, compradores y curiosos: así como hay abundancia de productos hay abundancia de personas. A pesar de que se siente un caos, se vuelve atractivo y estimula la vista y el corazón a explorar cada uno de los rincones. En las plazas de mercado se da un fenómeno muy característico de ellas: uno siente que no está en la ciudad. Entrar en estos espacios destinados al abastecimiento de las ciudades es como trasladarse en el tiempo y entrar a participar de formas de comercio que no se dan en otro lugar: la ñapa, el encime, el líchigo son palabras que existen en la jerga y hacen parte de la vivencia de la plaza. No utilizarlas es como una grosería con el entorno.
Si bien existen otros espacios que ofrecen los alimentos que venden en las plazas, no cabe duda que además de ir a comprar frutas, verduras, granos, plantas o jabones mágicos, en la plazas encontramos una multiplicidad de saberes y aprendizajes que en un supermercado no se encontrarán. Vayan a las plazas, asómbrense de la abundancia y reconozcan todas esas tradiciones que nos permiten reconectarnos con nuestros ancestros y enaltecen la identidad de varios de los rincones del país.

¡Vayan a las plazas de mercado!
María Luna Chaparro