Plazas de mercado como la máxima expresión de la cultura
- Manuela Briceño
- 25 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Mientras espero que el semáforo cambie a verde, a lo lejos veo el letrero grande y viejo de fondo amarillo y letras verdes. Verlo me emociona porque se que cada vez que voy allí, vivo experiencias maravillosas, es como un aliciente para saber que esta vez que voy, también algo mágico ocurrirá. Cambia la luz del semáforo, cruzo la calle y desde la esquina ya siento su olor característico, ya veo los colores vibrantes, ya se percibe la plaza. Me encuentro en la entrada de la Plaza de Mercado del 20 de Julio, mi plaza favorita de Bogotá. Entro por esa enorme compuerta y en el momento que la cruzo, ya siento ese territorio mío, lo siento propio, lo siento como mi hogar. Sólo al dar unos cuantos pasos ya se me acercan todas las cocineras de las fruterías de la entrada, ofreciéndome deliciosos jugos y ensaladas de frutas. Extraño cuando existía ese Berraquillo tan auténtico y autóctono de las plazas. A lo lejos sale Marlen y me dice, “¿qué más patrona?, tiempos sin verla”.

Las plazas de mercado son todo un mundo maravilloso, son a m parecer, la máxima expresión de la cultura de un pueblo, ciudad o país. Allí convergen tantas cosas, tantas anécdotas, saberes y tradiciones, que se me antoja la plaza. A decir verdad, varias plazas de mercado me han impresionado en la vida, y es que más allá de ser un espacio donde se reúnen lo comerciantes a vender sus productos, todas las plazas tienen algo más en común, en todas podemos encontrar esas manifestaciones del patrimonio cultura inmaterial.
Y aunque estos territorios me fascinen, me pregunto de dónde viene ese gusto, ¿será adquirido? ¿Será un gusto que heredamos de nuestros antepasados? Me encantaría pensar que así lo es porque de esta manera, es como si se transmitiera esa cultura placera através de la genética, como si lo tuvieramos en nuestras venas. Esto podría ser extraordinario ya que no nos tendríamos que preocupar por salvaguardar todo este conocimiento, sería como si la cultura placera sobreviviera a ese olvido, como si luchara por sí sola y se hiciera valer. Sería todo un cuento muy diferente si esto pasara, pero lo que sí tengo claro es, que así no sea un tema de genética, no podemos ignorar nuestras raíces, no podemos olvidar de donde venimos. Es muy probable, que nuestros abuelos o bisabuelos, tuvieran una cercanía a estos territorios, alguno, si no es que todos, vivieron de cerca la costumbre de ir a mercar a la plaza, o a vender los productos en ella.

Estos territorios tienen un recorrido de tantos años que se remonta a una “historia milenaria”, como bien lo describe el antropólogo Langebaek en su libro Los muiscas:
“Lo primero que hay que anotar es que los conquistadores encontraron sorprendente que los muiscas celebraran mercados (iepta o ipta), es decir que tuvieran encuentros periódicos, institucionalizados, donde la gente cambiaba productos [...], afirmaron que había mercados en cada pueblo y que a ellos asistía mucha gente, aunque sin duda, los más concurridos eran donde vivían los caciques más importantes.”
Efectivamente esta tradición es de hace muchos años, pero adicionalmente a la historia de nuestros antepasados, a que hoy podemos entenderla como una cuestión intergeneracional; también es importante reconocer y visibilizar la ruralidad que habita en estos territorios. Quiero contarles mi historia. Nací en el campo y crecí en el campo; el campo hace parte de mí. Acciones tan sencillas como madrugar, ordeñar, cultivar, recoger feijoas, uchuvas y moras, son actividades que me conectan definitivamente con el campo y por consiguiente con la plaza. En la ciudad de Bogotá ya extraño estos lugares para reconectarme con la tierra, y sólo los he podido encontrar cuando entro a una plaza de mercado. Es allí que siento el olor a tierra, es allí que aprendo sobre la misma, es allí donde encuentro aún campesinos de regiones aledañas a Bogotá y Cundinamarca, es allí donde puedo aún descubrir la esencia del campo tan bien plasmada y es por esta razón, que siento mi embeleso por estos espacios es aún mayor. Magnífico poder encontrar en un sólo lugar la confluencia de dos universos tan disímiles, pero a la vez tan complementarios.

Ya se que esto parece una oda a las plazas de mercado, pero sólo busco relatar mi experiencia con estos maravillosos territorios. Y aunque sea difícil de creer, aún los muiscas atesoraban estos espacios: “El asunto se tomaba tan enserio que Chibchacun era la deidad de los mercaderes, y existían santuarios dedicados especialmente a la actividad del intercambio.”
Cómo sea, por esta y muchas más razones, como Movimiento Pura Plaza, queremos seguir recuperando todas estas historias, queremos darle protagonismo a la voz de los mercaderes y campesinos que hoy en día habitan las plazas de mercado y que no se han rendido ante la modernidad, que siguen luchando para mantener sus costumbres y sus saberes. ¡Que viva la plaza de mercado!
Bibliografía:
Carl Henrik Langebaek (2019) Los muiscas, La historia milenaria de un pueblo chibcha. Penguin Random House Grupo Editorial, SAS.
Komentarze